19 de junio de 2015

Imperio Bizantino (775-969)

Moneda del emperador Basilio I, en la que aparecen su hijo Constantino y su esposa, Eudoxia.
Resumen de lo publicado. En el año 395, el Imperio Romano se dividió en occidental y oriental. La parte oriental tenía su capital en Constantinopla, también llamada Bizancio. De allí surge el nombre de Imperio Bizantino. Ese imperio dominó un gran territorio en Asia y mantuvo constantes batallas con pueblos vecinos, y también conflictos religiosos internos. Justiniano (527-565) fue uno de los emperadores más importantes, pero, luego de su gobierno, llegó una etapa de debilidad y caos (565-610). Heraclio (610-641) fue quien consiguió restablecer cierto orden en el imperio. En la segunda mitad del siglo VII se vivieron años de conflictos internos y externos, especialmente contra el Imperio Musulmán. Durante el gobierno de León III (717-741) se vivió el conflicto entre los iconódulos, que adoraban las representaciones de Jesús, la Virgen María y los santos; y los iconoclastas, que deseaban destruirlas. La polémica recién terminaría en el año 843, cuando se permitió adorar imágenes. Constantino V (741-775), luego de derrotar a los musulmanes en Armenia y Mesopotamia, murió durante un enfrentamiento en Bulgaria.

¿Cómo sigue la historia? León IV (775-780) luchó con éxito contra el Imperio Musulmán y los búlgaros. Lo sucedió su mujer, Irene, aunque oficialmente el trono se le otorgó al hijo de ambos, Constantino VI (780-797), que tenía 9 años. Cuando él quiso asumir el poder, Irene lo encerró y lo cegó. Su destino es un misterio.

Irene (797-802) revalidó el culto a las imágenes, o sea que otra vez se podía tener objetos que representaran a Dios y sus santos. Una conspiración le dio el poder a su ministro de finanzas, Nicéforo I (802-811). Él aumentó el tributo a los árabes para controlarlos, pero una derrota contra los búlgaros terminó con su reinado.

La situación del imperio se mantuvo en lento declive bajo los gobiernos de Miguel I Rangabé (811-813, reconoció a Carlomagno como emperador), León V (813-820) y Miguel II (820-829).

Teófilo (829-842) tenía pasión por la justicia y era muy culto, pero demasiado cruel y obsesivo: paseaba por la ciudad para conversar con los pobres y oír sus quejas. Luego castigaba a los "culpables" sin juicio previo. Intentó recuperar Sicilia (ocupada por los musulmanes), pero su osadía terminó en una guerra en la que 30.000 bizantinos fueron asesinados.

Miguel III (842-867) compartió el poder con su madre y su tío. Invadió Bulgaria, pero no consiguió mejorar el imperio porque se dejó influir fácilmente.

Basilio I (867-886) fundó la dinastía macedónica y proporcionó al imperio una época de esplendor político, económico y cultural. Reconquistó regiones (Apulia, Calabria y Chipre) y renovó el derecho romano: el emperador y el patriarca (líder de la Iglesia) de Constantinopla ejercieron sus poderes separadamente.

León IV (886-912) fracasó en política exterior (o sea, en la lucha contra otros pueblos), pero fue el legislador (creador de leyes) más importante después de Justiniano. Sus "Basílicas" son las recopilaciones más considerables de las leyes imperiales.

Durante el siglo X, los emperadores de la dinastía macedónica emprendieron grandes conquistas: Sicilia, Chipre, Siria y Bulgaria; y avanzaron en las antiguas Fenicia y Palestina.

En el reinado de Constantino VII Porfirogéneta (913-959), el imperio dejó de pagarle tributo a Bulgaria. Eso generó el reinicio de los ataques búlgaros y una profunda crisis en el imperio. Tras Romano II (959-963), gobernó Nicéforo Focas (963-969). Ambos se dedicaron a luchar contra los pueblos vecinos y a reprimir los reclamos internos.

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